Materia substantialiter extensa
Carlitos, no creas que te escribo estas cartas para regañarte o corregirte o echarte en cara algo de ti que no me gusta. La mayoría de las veces, por no decir todas, sólo pretendo compartir unas ideas que considero muy mías, es decir que se han convertido en algo sustancial de mi vida y simplemente te las expongo por si pueden servirte de algo. Hoy te voy a hablar de un principio de filosofía que considero básico y que muchos – y a veces yo mismo – no lo tienen / tenemos suficientemente en cuenta y este descuido puede ser motivo de fallos garrafales. Creo que era la segunda tesis del manual de cosmología que estudié que decía “materia substantialiter divisibilis et extensa” cuya traducción, tú que eres listo, aunque no sepas latín ya la entiendes: “la materia substancialmente es divisible y extensa”, es decir que ocupa espacio. Curiosamente el libro no mencionaba “adversarios”, pues la tesis aparece tan evidente que todo el mundo, hasta los más “idealistas”, parece que la aceptan. La enunció ya Aristóteles, la profundizó Tomás de Aquino sobre todo en lo concerniente a la divisibilidad, y la aquilató y complementó Descartes con su principio de bipolaridad entre res cogitans y res extensa, es decir mente y cuerpo. Pero dejémonos de cultismos y vayamos al grano: la “materia signata quantitate”, que es el principio de individuación de toda cosa, ocupa espacio. Thomas docet: lo dice Tomàs, pero aunque no lo dijera sería una verdad como un templo.
Tú y yo esto lo tenemos bastante asimilado. Cuando vienes al despacho del MDM y nos ponemos a hablar de proyectos, casi sin darnos cuenta nos hallamos dibujando planos, alzados, perfiles, porque sólo así podemos ubicar el concepto genérico (o a veces quimérico) en la realidad, y cuando la idea toma cuerpo y ocupa espacio, entonces es cuando la comprendemos y la aprehendemos haciéndola nuestra.
Pero fíjate, Carlitos, que este principio filosófico tan elemental, que un buen campesino o una ama de casa lo viven y practican sin precisar ningún planteamiento – todo el mundo sabe que el continente ha de ser mayor que el contenido y el envolvente que lo envuelto – pues a muchos directivos y organizadores que viven de manipular ideas, conceptos, proyectos genéricos se les olvida que la materia es extensa y que ocupa espacio. La sublimidad de la abstracción puede jugar estas malas pasadas.
Te estoy hablando desde un museo que está en continua ebullición de proyectos, de promesas de futuras donaciones, pero que en realidad está falto de espacio. Ya ahora nos ahogamos y no sabemos dónde dejar los materiales que hemos utilizado en exposiciones temporales. ¿Cómo podemos mirar el futuro si carecemos de espacio? Este es uno de los grandes retos que gravita sobre nosotros y que urge un planteamiento serio, pues a un museo vivo, como a cualquier entidad viva, se le impone el dilema de “crecer o morir”. En un museo no rige el use and throw (usar y tirar), sino el de conservar, cuidar, restaurar, exponer, proteger, y todo esto acaece en el espacio. Por eso quienes tenemos responsabilidad en el MDM deberíamos tener muy presente el principio materia substantialiter extensa.
Pero este axioma vale también para los campos más diversos de la vida: no compres coche si no tienes dónde aparcar; no pongas en tu casa tantos muebles y tan grandes que te embaracen el libre movimiento; no adquieras más libros de los que te caben en tu librería ni más ropa de la que te quepa en el armario. Es muy importante saber racionalizar el espacio y ajustarlo a tus necesidades y al mismo tiempo ajustarte tú al espacio de que dispones. Y este corolario también me lo aplico yo en lo que concierne al MDM que se nos queda angosto.
En este tercer y último punto de aplicación del principio filosófico tocaré el tema del tamaño de las obras de arte. En el mundo en que vivimos la cultura es especialmente urbana, y en la urbe el espacio es carísimo. En el siglo XIX y primera mitad del XX no lo era tanto, pero ya entonces los pintores se planteaban este problema: si querían vender cuadros tenían que pintarlos de forma y formato que cupieran en el salón de casa. Los cuadros enormes eran mirados con malos ojos por la crítica más conspicua, porque eran máquinas descomunales hechas para impresionar a un público que gustaba más de lo teatral que de lo pictórico. Una buena parte de los pintores de historias y de batallas que ganaron los premios de las Exposiciones Nacionales se los llevó el viento y sus cuadros o se han perdido o duermen sueños de eternidad en la irrelevancia o entre el polvo y las telarañas de algún almacén de bártulos o poco menos. Hay excepciones: “La batalla de Tetuán” de Fortuny siempre será una clase magistral de pintura; el “Guernica” de Picasso es un clásico obligado del siglo XX.
Cuando en los años 60 y 70 se denostaba tanto la pintura de caballete y se la denominaba burguesa, los artista comprometidos querían pintar especialmente para la sociedad en general y soñaban en ver sus cuadros colgados en lugares públicos: una estación, un aeropuerto, un museo, el hall de un hospital o “ciudad sanitaria”, etc. Un gran pintor tenía que hacer pinturas grandes, y un gran escultor tenía que impactar por su gran dominio del máximo espacio. Si la cosa sigue así ¿a dónde vamos a llegar? Pues ya no son los grandes pintores de reconocimiento internacional como mi amigo Sean Scully, sino que cualquier pintor experimental se te pone a componer obras de 2,70 por 4 metros por menos que canta un gallo y además tiene la desfachatez de regalártelas para emular a los grandes. ¿Qué podemos hacer con ellas? Aquí también urge un planteamiento en el que el principio de la “materia substantialiter extensa” jugará un importante papel en el momento de dictaminar. Los grandes formatos sólo pueden ser exclusivos de los grandes maestros. Los metros cuadrados de pared expositiva de un museo y también del depósito de reserva debidamente aclimatado tienen un precio bastante alto, y desde el momento en que el precio (o el aprecio) del cuadro sea escandalosamente inferior al del espacio que ocupa, la espada de Damocles pende sobre la pretendida monumental obra artística, más amenazada por el principio filosófico de la extensión que la obra más discreta, que fácilmente puede encontrar acomodo.
¿Ves, Carlitos Novotny, cómo esa filosofía que a veces tú consideras rancia puede servir no sólo para estructurar la mente, sino también para confirmar racionalmente lo que la experiencia y el sentido común enseñan?
-“¿Entonces para qué tantos prolegómenos?” – me replicarás, lo estoy viendo. Y yo te contestaré: - “¡Para jugar, hijo mío, para jugar y ejercitar la mente y el ingenio, que también para eso sirve la cultura!” Esto podría firmarlo Gracián. ¡Es broma!
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