Josep de C. Laplana
director del Museu de Montserrat
El pintor de Darío de Regoyos (1857-1913) constituye un caso muy peculiar en la pintura peninsular del final del siglo XIX y principios del XX. Aunque nació en Asturias, vivió su primera juventud en Madrid y de allí, en 1879, se fue a Bruselas donde le aguardaban sus amigos músicos Fernández Arbós e Isaac Albéniz. Inmediatamente entró en el círculo artístico de pintores, músicos, poetas y literatos que se reunían en torno al mecenas Edmond Picard y, a partir de ahí, se hizo miembro de L’Essor, para entrar luego como miembro fundador de «Los XX», un grupo de veinte artistas belgas más otros veinte extranjeros que significaban la modernidad en pintura y escultura. Allí, durante los diez años que duró ese grupo, conoció y trabó amistad con Ensor, Rodin, Signac, Seurat, Pissarro, Whistler, etc. Sin duda alguna era el español que estaba mejor relacionado con el movimiento impresionista y el único que hacía del auténtico impresionismo su personal estilo de pintar entre los años 80 y 90 del siglo XIX.
Rusiñol, Casas, Utrillo, Casellas y Josep M. Jordà conocieron a Regoyos en París por mediación de Zuloaga y Pablo Uranga, hacia 1892. Desde 1884 Regoyos se había establecido en Irún, luego en San Sebastián, Hernani, etc. y se relacionaba principalmente con artistas vascos y sobre todo con el periodista donostiarra Rodrigo Soriano, amigo también de Rusiñol, hasta tal punto que los artistas catalanes creían que Regoyos era vasco. Cuenta Utrillo los esfuerzos que hacía para sonsacar a Regoyos comentarios y detalles picantes de sus amigos impresionistas, pero éste no soltaba prenda, pues era reservado y hasta desconfiado. En aquella época Regoyos practicaba un puntillismo autèntico de la misma naturaleza que el de sus amigos Seurat, Pissarro y Maximilian Luce.
Darío de Regoyos (1857-1913). Tudela, 1911. Museu de Montserrat. Donació Sala Ardiz
La pintura de Regoyos no dejaba de sorprender hasta aquellos amigos que la defendían. Era desigual y, al lado de notas y de obras deliciosas, el autor incurría en lamentables fallos y sobre todo carecía de la grandeza instintiva de Casas o Rusiñol. Sin embargo Regoyos había encontrado una manera de pintar que le identificaba como artista con carácter propio y que entroncaba de manera natural, y no por simple mimética, con el impresionismo, el puntillismo y el postimpresionismo, por eso el marchante Durand-Ruel le ofrecía gustoso su galería de arte en París, un privilegio que ni Rusiñol ni Casas pudieron soñar nunca.
Desde 1895, Regoyos pertenecía al grupo de La Libre Esthétique, orientado por Octave Maus, de quien era amigo desde muy joven. Rusiñol conoció a Maus en París en 1900 y fue él uno de los que más le animaron a adentrarse en la pintura simbolista de jardines. Anglada Camarasa expuso en La Libre Esthétique en 1902, Rusiñol en 1903 y 1905. Otra vez Regoyos se les había adelantado.
Por aquellos años Eugeni d’Ors se había adueñado del liderazgo del gusto artístico y pontificaba sobre los valores clásicos en sus glosas de «La Veu de Catalunya». Según los novecentistas, la pintura de Regoyos significaba poco menos que una nimiedad y a los adjetivos descalificadores a los que ya estaba acostumbrado el autor, tenía que añadir ahora el de la puerilidad. A los ojos de la serena belleza mediterránea – era el momento álgido del neopaganismo parnasiano- la obra de Regoyos aparecía como un juego infantil, sin malicia y sin sustancia. A los que le hacían observaciones de este tipo, Regoyos les miraba con sus ojillos chispeantes y les decía suavemente, sin inmutarse: «En arte, nunca somos bastante niños». Mi maestro, Alexandre Cirici Pellicer, cuyo olfato artístico era extraordinario, cotejaba Regoyos con su coetánea santa Teresa del Niño Jesús. Lo que ésta representa en el campo de la espiritualidad, Rogoyos lo era en el de la pintura moderna. Se trata de la grandeza de lo pequeño, un caminito que hay que recorrer paso a paso, sabiamente, pero con humildad y sobre todo en estado de gracia artística. No todos lo comprendieron, pero ahora nos damos cuenta de que Regoyos, en su ingenuidad y sencillez, fue un gigante de la pintura de su tiempo, precisamente por su autenticidad y su opción, contra viento y marea, por una modernidad que supo hacer suya.
2 comentaris:
Excelente artículo. Apenas conozco la obra de Regoyo pero no creo que sea un pintor pueril. En el último cuadro me parece ver, a pesar de las inquietantes figuras negras, una serena belleza y un rincón donde el tiempo se ha detenido.
Dom Josepet,
Veig que has reproduït el "meu" Picasso. La maternitat blava amb nen vora el mar, que en realitat ell la va intitular "La flor del mal" està dedicada "A el Doctor< Fontbona", que era el meu oncle avi. Ara és al POla Art Museum, del Japó.
Records.
Francesc
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