El gallo que creía que con su canto hacía salir el sol
17 de enero de 2006
Me gustó mucho, Carlitos, que aceptaras mi invitación a pasar unos días en la Abadía de Montserrat para trabajar tu tesis. Efectivamente, el lugar y el ambiente favorecen una concentración difícil de lograr en tu casa y junto a tu familia. Mis encuentros contigo durante estos cinco día fueron muy contados y ligeros, porque no quise interferir tu trabajo y abrirte nuevos frentes de atención o de tensión. Me limité a escucharte y a responder a tus preguntas, sin entrar en detalles ni ir a fondo, mientras paseábamos por el jardín del monasterio después de comer. Recuerdo que te dije más de una vez: “De esto, ya hablaremos en otra ocasión, cuando llegue el momento”. Creo que ahora, inserido de nuevo en tu vida normal, y tras tu carta de agradecimiento en la que tocas algunos puntos candentes, es hora de que también yo “comente” alguno de tus comentarios.
Ya sé que mi amigo Novotny, educado en un colegio de religiosos de los años ochenta y noventa, tiene en cuarentena todo lo referente a la religión; respeta ese mundo, pero cree que no le afecta sino muy tangencialmente. Por eso me extrañó bastante verte cada día, puntualmente a las 7.30 a.m., en nuestro rezo de Laudes. No te dije nada; fuiste tú quien me puntualizó que esa función mañanera te cargaba de energía para toda la jornada y que eso te aclaraba la razón de la hiperactividad con que desempeño mi cargo de director del museo. Te dejé en tu error con el propósito de dilucidar este tema cuando se terciara, y creo que ahora la ocasión viene que ni pintada.
Carlitos, la formación e información religiosa que te dieron y que hasta el momento no has ampliado ni profundizado, no sólo es elemental sino algo excéntrica, por eso cuando te encuentras metido en un mundo articulado en un sistema religioso, y concretamente cristiano, te sientes perdido porque te faltan puntos claros de orientación y una brújula para distinguir lo sustancial de lo accidental, el mensaje y el signo simbólico que lo vehicula, los núcleos vitales y las expresiones necesarias que dan forma y epidermis a una manera de ser y de vivir. Un monasterio benedictino como el nuestro, con mil años de vida casi ininterrumpida, con un nivel cultural alto, con una tradición, un influjo y una aceptación social notables, no es un cuento de hadas, ni “Alicia en el país de la maravillas”, ni un jardín de delicias donde crecen toda clase de frutos y plantas aromáticas, hasta las opiáceas, para calmar inquietudes. No es esto, majo, no es esto, y creo que tú lo intuiste ya el segundo o tercer día. Todo es más complejo, todo es muy humano, todo se rige por ese sutil equilibrio y esa tensión entre el ideal y lo real. Hay que pactar sin abdicar, hay que tensar y destensar constantemente, de lo contrario no queda más alternativa que intentar romper el juguete o dar un buen portazo y poner los pies en polvorosa. Eso pasa también en cualquier institución compuesta por seres humanos – matrimonio, equipo de trabajo, empresa, etc. – pero en un monasterio donde las personas conviven en régimen claustral, esto ocurre con mayor fuerza y dentro de una campana de resonancia. Esta es nuestra miseria y nuestra grandeza, haber durado mil años y esperar que continuaremos otros tantos con nuestra misión en esta montaña que es un faro. Para logarlo tendremos que mantener una inteligencia clara y práctica y sobre todo una fe viva y ardiente, sin la cual todo se convierte en aparato y estrategia. Y tú sabes, Carlitos, que no es esto, que no es el teatro ni la escenografía lo que da vida y sustancia a lo que el P. Laplana es ni a lo que lleva entre manos.
Por ejemplo, jamás se me ha ocurrido ir a Laudes, ni a la Misa Conventual a cargar pilas para trabajar más. Creo que eso mediatiza lo religioso, que por naturaleza es gratuito, y lo convierte en algo utilitario. Eso me suena tan mal como aquello de que “la mujer es el descanso del guerrero”. ¡Que le den, a ese guerrero que necesita descansar de ese modo! Perdona la expresión; es algo fuerte, pero me gusta hablar así para que me entiendas y notes el énfasis que doy a este asunto. No es el regalo, sino el amor y la profunda unión de vida y de futuro lo que hace que una relación de pareja funcione. Pues aquí, lo mismo. No es el gallo que cuando canta hace salir el sol, sino el sol que al salir excita al gallo y le hace cantar. Pues así, nosotros. ¿Lo entiendes ahora?
Ya sé cuál es tu próxima pregunta: – “Pero para creer eso se necesita tener fe”. Sí, Carlitos Novotny, ¡Bingo! Se necesita muuuucha fe; pero cuando la tienes, lo difícil se hace bastante fácil, y sin darte cuenta tienes unas energías insospechadas, que sin ir de sobrado por el mundo, te permiten hacer bien lo que has de hacer y mirar al futuro con optimismo. También me imagino cuál ha de ser tu otra pregunta: – “¿Pues cómo es que yo, que en eso de la fe ni entro ni salgo, experimenté esa sensación de paz y de ganas de hacer cosas?” Carlitos Novotny, ese es otro cantar que se merece otra carta.
Cuídate. Un abrazo.
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